lunes, 1 de abril de 2013

La caja de herramientas

TEXTO COMPLEMENTARIO


Stephen King nació en Portland el 21 de septiembre de 1947. Tras su graduación en 1966, King consiguió una beca e ingresó en la universidad de Maine. Aquí completó su primera novela “The Long Walk” pero fue rechazada por los editores (más tarde sería publicada bajo su seudónimo). King se graduó en la universidad en 1970 y al final de 1971, comenzó a dar clases de ingles en el instituto público de Hamden en Maine. En 1973 publica su primera novela Carrie, que le permite dejar su trabajo y dedicarse íntegramente a escribir. Sus libros han sido traducidos a 33 diferentes idiomas y ha vendido más de 300 millones de copias de sus novelas en todo el mundo. Escribe un mínimo de 5 horas al día, descansando solamente el día de Acción de Gracias y su cumpleaños. Entre su importante producción escribió las novelas Carrie, Misery y El Resplandor, y muchas otras llevadas al cine con diversa suerte.




Resumen texto La caja de herramientas de Stephen King

Para sacar el máximo partido a la escritura hay que fabricarse una caja de herramientas, y luego muscularse hasta poder llevarla. Quizá entonces, en lugar de dejar una tarea a medias, se pueda tomar la herramienta indicada y poner manos a la obra de manera inmediata.

La caja de herramientas debería tener tres o cuatro niveles. Supongo que podrían ser cinco o seis, pero llega un punto en que crece demasiado la caja para ser portátil, con lo cual pierde su mayor virtud.

La bandeja superior es para las herramientas normales. La más normal, el pan del escritor, es el vocabulario. En este caso puedes aprovechar lo que tengas sin ningún sentimiento de culpa ni de inferioridad. Pon el vocabulario en la bandeja de arriba y no hagas ningún esfuerzo consciente por cambiarlo. Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo.

En la bandeja superior de la caja de herramientas también debe estar la gramática y no me vengas con quejas de que no entiendes de gramática, que nunca la has entendido…No vamos a dedicarle mucho tiempo porque los principios gramaticales de la lengua materna, o se absorben oyendo hablar y leyendo o no se absorben… El vocabulario, oral o escrito, y el mensaje que se construye con las categorías lingüísticas debe organizarse de acuerdo con unas reglas consensuadas de gramática. Infringirlas significa romper o dificultar la comunicación. Una gramática defectuosa genera frases defectuosas.

Soy de la opinión de que los defectos de estilo suelen tener sus raíces en el miedo, un miedo que puede ser escaso si sólo se escribe por gusto, pero que amenaza con intensificarse en cuanto aparece un plazo de entrega (la revista del cole, un artículo de periódico…). A menudo escribir bien significa prescindir del miedo y la afectación. De hecho, la propia afectación (empezando por la necesidad de calificar de “buenas” determinadas maneras de escribir y otras de “malas”) tiene mucho que ver con el miedo. Escribir bien también es acertar en la selección previa de herramientas.

Levanta la bandeja superior de la caja de herramientas (los trastos del vocabulario y la gramática). La capa de debajo corresponde a los elementos estilísticos. El aspecto de los párrafos es casi igual de importante que lo que dicen. Son mapas de intenciones. En la prosa expositiva los párrafos pueden ser ordenados y utilitarios, y hasta conviene que lo sean. El patrón ideal de párrafo expositivo contiene una frase-tema seguida por otras que la explican o amplían. La secuencia “frase-tema más descripción y profundización” le exige al escritor organizar sus ideas, además de protegerlo de divagaciones.

Yo soy del parecer de que la unidad de la escritura es el párrafo, no la frase. Es de donde arranca la coherencia, y donde las palabras tienen la oportunidad de ser algo más que meras palabras. La aceleración, suponiendo que en algún momento se produzca, ocurrirá a nivel de párrafo. Es un instrumento fantástico, flexible. Puede tener una palabra o durar varias páginas. Para escribir bien, hay que aprender a usarlo bien. El secreto es practicar mucho. Hay que aprender a oír el ritmo.

Las palabras crean frases, las frases párrafos, y a veces los párrafos se aceleran y cobran respiración propia. Imaginémonos al monstruo de Frankenstein estirado en el laboratorio. Salta un relámpago, pero no en el cielo, sino en un párrafo humilde hecho con simples palabras. Puede que sea el primer párrafo bueno que hayas escrito, tan frágil, pero tan preñado de posibilidades, que te da hasta miedo. Tienes la misma sensación que debió de tener Victor Frankenstein cuando el conglomerado de partes cosidas abrió sus ojos legañosos y amarillos. Te dices: ¡Increíble! ¡Respira! Quizá hasta piense. ¿Y ahora que hago?

Pues lo más lógico: pasar al tercer nivel y ponerte a escribir narrativa de verdad. ¿Por qué no? ¿De qué hay que tener miedo? Después de todo, los carpinteros no construyen monstruos, sino casas, tiendas y bancos; algunos con madera, tablón a tablón, y otros ladrillo a ladrillo. Tú engarzarás párrafos, construyéndolos con tu vocabulario y tus conocimientos de gramática y estilo básico. Mientras cepilles bien tus puertas, puedes construir lo que te dé la gana; si tienes la energía necesaria, hasta mansiones enteras.

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